viernes, diciembre 29, 2006

Un ensayo de muerte

Hoy el día no está para el menor asomo de inteligencia. Hoy visité una casa de dolor sin muelas y un sujeto a mi lado expulsaba vestigios de noche en forma de vómito. Presumiblemente padecía apendicitis. Otro hombre señalaba desde un camastro y en el signo una cola infinita le aplicaba suero. Sufría diabetes. Otra se quejaba y en su dolor no crecían flores de aspirina. Definitivamente este no es un día inteligente. Un niño grita desesperado en cierto aposento donde, por consideración a los demás dolientes, le han confinado lleno de mangueras y vergüenza. No sé que tiene el niño a parte de rabia y resentimiento hacia la vida. Estos no son los hospitales de ultramar y sin embargo hay un mareo y un sabor a sal… Nadie es capaz de abrir ventana alguna y mientras me embarro de sudor pienso que sí muero no habría quien deje ciertas habitaciones llenas de papeles y cigarros. Lo sé, no es importante, pero sí muriera quién esperaría en un sofá a ver que el teléfono florezca, quién saludará a los vecinos viejos que no dejarán de alarmarse y preguntar cuántos años tuve. ¿Cuántas penas? ¿Cuántos títulos académicos inconclusos? Pero como hoy no es día inteligente me es lícito preguntar cosas inútiles. Sí muero hoy o mañana no será necesario hacer mi cama mientras tomo la ducha, nadie tendrá que prestarme algo de dinero cuando el penúltimo whisky así lo exija. Sí muero hoy o mañana alguien dejará de trasnochar y podrá escuchar su grabadora telefónica sin temor a otra injuria. Si muero hoy o mañana a lo mejor alguien me va a extrañar, quizás alguien ya no esperará llena de tristeza en una esquina y, sin duda alguna, esa persona pasado mañana empezará a olvidarme. Así es el arduo oficio de morir o de jugar a morir: no interesa el número de ficha o el carné de asegurado familiar donde figura un código indescifrable y donde dicen que aún soy estudiante. Hoy es 28 de diciembre, día de los inocentes y definitivamente hoy no es día inteligente. Alguien, acaso Dios, me está tomando el pelo.
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viernes, diciembre 22, 2006

Servicio a la Comunidad


Con las diferentes actividades que se avecinan por este fin y principio de año, les presentamos 3 de las múltiples opciones que existen para el famoso (y necesario!) desengome. La diferencia con muchas otras es que estas son efectivas. Después no digan que no aguantan la jupa!
Sólo tenemos que licuar todos los ingredientes en un extractor de jugos.

Tricolor

1 vaso de jugo de tomate
1 pepino
1/4 de cebolla pequeña
1 cda de aceite de oliva

Tomar un vaso antes de dormir y otro a la mañana siguiente.

Tibetano

200 gr de zanahoria
100 gr de apio
30 gr de remolacha
20 gr de perejil

Tomar un vaso en la mañana y otro al medio día.

Crudités

1 pepino
100 gr de apio

Tomar uno o dos vasos por la mañana.

(*) Aplica solo para goma corporal, no moral.
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jueves, diciembre 14, 2006

Pastiche mojada

Se despertó con el pelo enrollado en el todavía insomne de la pieza vacía, con el bostezo azul del café y la foto del esposo increpando desde una arista empapelada de santos y ojos de ciprés. Despertó poco después del sol como suele hacer una madre. Salió en bata y se dirigió al baño sin reparar en el desayuno de Kevin, sin percatarse de las noticias donde se anunciaba el hallazgo de un calamar gigante en las fosas del pacífico. Mientras se duchaba acarició ese cuerpo que una vez fue joven y que ahora parece quedársele corto al pellejo. Se arregló el cabello y agasajó sobaco y sexo con talcos. No gustaba de usar antitranspirantes ni pantimedias… Kevin y eso de la computadora ¿cómo es? Uno lo puede ver así, como en tele digamos ¿o cómo una foto? ¿Y uno lo puede oír? Pero… ¿cómo es? ¿Cómo hablar por teléfono pero viendo? ¡Ay! María Santísima hasta me dan ganas de llorar, siento como un hueco aquí en la panza. Mejor voy a tomar té porque si tomo café me pongo peor, es capaz que me agarra colitis y no puedo ir. ¿Dónde era? ¡Ay! Espíritu Santo ¿usted saber llegar bien Kevin? ¡Padre Santo! Esta blusa está toda ajada y el rosario… ¡Kevin! ¿Dónde está el rosario que me mandó su hermano? Jue puta me chorrié con el té. Me lleva el carajo con usted Kevin, no me ayuda en nada, yo hoy no tengo cabeza para otra cosa. Tráigame el rosario por amor a dios. No, no, hoy no voy a hacer almuerzo. Ahora compramos un pollillo después de ir a eso, ¿cómo se llama?, el internet. ¿Por fin usted le avisó a Sonia? ¿Y va ir con nosotros? Vamos apurando porque allá van dos horas adelante. ¿Verdad? ¿Son dos horas? Bueno, compramos también una coquita y listo. Yo ahí tengo un paquetillo de tortillas y tengo frijoles molidos. ¿Cuál pollo prefiere usted Kevin? No Macdonal es muy caro. ¡Ligero! Coja las llaves y nos vamos. ¡Ay! Dios Santo si ya van a ser las nueve. Usted vaya en carrera a llamar a Sonia para irnos. ¡María Santísima!... Y minutos después la mujer veía la imagen del hijo en el monitor. Veía sus movimientos pausados, sus gestos acompasados, muy similares a los del padre. Su apariencia era casi artificial debido a la paupérrima conexión de quién sabe cuántos kbytes por segundo, pero ella no pensaba que la nostalgia, a pesar de su naturaleza, se transfería a velocidades mayores. La figura del hijo se proyectaba en el computador desde cierto café internet en New Yersey y de tan mojado chorreaba distancia. La madre llora. Ahora entra a escena un personaje olvidado a despecho de promesas. Sonia llora y algo en su vientre se le mueve. Los quince minutos se acaban entre pormenores y contestas en virtud de las cuales la madre interrumpía sus latitudinales preguntas de qué será de mi dulce hijo mayor, qué será de su bigote ralo y precoz, de su roncar, de su alergia a los mariscos, de su miedo a los saltamontes. Sonia casi no habla. Los quince minutos acaban e instantes después Kevin recibía una reprimenda mientras pedían el pollo frito, mientras la madre bebía un vaso con agua, mientras otro centenar de muchachos se lanzaba al Río Bravo, mientras un pájaro de origami trataba de cantar, mientras Sonia sonreía para dentro y lloraba para fuera, mientras algún Santa Claus pedaleaba incansablemente en su bicicleta marchita, mientras una chica de Boston visitaba el Metropolitan y fumaba luego un cigarrillo en el Central Park, mientras se acababa todo para otros: vacaciones, obediencias, diminutivos para el hijo mayor y el padre y el hermano que jugó a las escondidas en el barrio y que nunca apareció.
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