martes, abril 24, 2007

Pinchos de Abejon

¿Está cansado de las empanadas de Chapa?
¿Está cansado de los burritos de pollo y carne de Chapa?
¿Está cansado de las quesadillas de Chapa?
¿Está cansado de las hamburguesas de Chapa?
¿Está cansado de los asados de Nicano?
Para este mes de mayo, dígale adiós a éstas y demás comidas infartofílicas, con los nutritivos, ricos en proteínas:

PINCHOS ABEJÓN de nuestro amigo Carito..

¿Cómo nace la idea?



Degustación y lanzamiento del producto:



*A la venta en la esquina noreste del Colegio San Luis Gonzaga, y en las afueras del Estadio Fello Meza los días de partido
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jueves, abril 19, 2007

Guía melancólica para recorrer las calles de San José

Entiendo que la extensión de esta publicación supera los límites de lo tolerable. Lo siento. Al menos espero que mis ínitmos allegados lo lean, a lo mejor, alguno que otro se ve retratado.

En San José todo es apenas un murmullo descendido hasta la miseria. Al recorrer sus calles a uno le da la impresión de que asiste al derrumbe de un pequeño y ceniciento resumen del mundo. Aquí tenemos una cerrajería llamada La Puerta del Sol, tuvimos una cantina lánguida que se llamaba Acapulco, el Café España (en la esquina donde mataron a Tinoco) y una barbería tradicional muy cerca de la línea ferroviaria, por Plaza Víquez, la cual lleva el nombre Baltodano en honor a su fundador. Ninguno de estos locales llega a sumar un área de 50 m2, porque estos espacios si quiera son una vitrina empañada.
Hay quienes a veces se ven encantados con la belleza antigua de esta ciudad, con la ahora casi imperceptible belleza que estiló ogaño. No soy uno de ellos. Simplemente la detesto. Detesto en particular su ridícula presunción urbana y sus autobuses. Verán luego por que me ofusca el hollín.
Existe en San José un sitio llamado Barrio México cuya fama reciente se debe una prosaica discoteca que, de momento, no logra figurar entre los inapetentes sitios que cierran antes de las 2 de la mañana. En Barrio México se respira un aire Art Decó matizado de sospechas e indigencias. Los turistas raras veces van allí.
Hay otro lugar que se llama Barrio Amón el cual hace gala de un decadente valor arquitectónico. Me asquea pues, sin duda, es uno de los pocos motivos de orgullo de nuestra arqueológica oligarquía cafetalera. Este barrio ahora es un reducto de travestís y putas. Es una costumbre.
Igual suerte corre Barrio Otoya: su prestigio quedó sepultado entre el polvo y el esnobismo del arte conceptual. Todos esos barrios se abandonan a un rol de obcecado orgullo mientras los taxis moribundos dibujan su contorno; mientras los chanceros persisten en abolir el azar con su golpe de dados y pregones.
Es tan estólida San José que los presuntos semáforos inteligentes podrían sobresalir en el más riguroso inventario de la obsolescencia. Más que inteligentes son semáforos tontos. También los teléfonos públicos traídos desde Alemania son estúpidos.
Hay una melancolía profunda:
Los grandes y taciturnos edificios: la Librería Lehmann (ahí compré mis útiles de secundaria), el Gran Hotel Costa Rica (donde una pianista tocó Satie para mí y donde la mujer de mi vida tomó un té), el Teatro Nacional (donde escuché una obra de Ranmaninov), el Bar Morazán (ahí fui en verdad feliz), la Escuela Metálica (los conserjes no me permitieron entrar cuando quise conocerla), el Instituto Nacional de Seguros (desde el mirador de su azotea supe que amaba a una mujer y tuve vértigo), el Motel Bristol (sobre el sucio vinilo de sus colchones cultivé mi mejor orgasmo).
A veces me quiero largar de aquí aunque no viva exactamente en San José. Es más: aunque no viva. A lo mejor sé que hay otro yo perdido entre las sucias grietas de los adoquines.
Los domingos caminé por San José junto a una mujer. Otras veces caminé solo y bebí un trago en cualquier cantina. Alguna que otra vez fui al Bar Chelles con un buen amigo. Conocimos a un colombiano alcohólico.
Pablo dice que en Rancho Alegre se acostumbraba jugar ajedrez. Corría el año 2004. Ahora Rancho Alegre no es alegre y está poblado de aburridos universitarios con aburridos apellidos extranjeros y aburridos gustos musicales.
A propósito, no sé si Area City merece un tratamiento distinto, a lo mejor mis trabalenguas existenciales así lo exigen. No sé. Simplemente me da calor imaginar que una plétora de imbéciles eurofílicos concibe tan pedestre ceremonia como lo más cercano a la contracultura. Me aburren los fotógrafos que son capaces de perder todo y calzoncillos por una exposición en cierta pasarela de Milán; además son medio maricones y eso me aburre aún más. A las chicas las perdono.
Antes fue Bahamas, qué sé yo, un piedrero afeminado y pipi mezclando música en El Yos. Los chicos rudos en Sand. Uno que otro punk criollo en las inmediaciones de San Pedro.
Las dos chicas bellísimas que apuraron una pacha de vodka (una cada una y casi de un sorbo) cerca del Congreso, al pie del Monumento Nacional: cuando conocí a una de ellas toqué El año viejo en flauta dulce y escribí un cuento que se llama El hada borracha.
Los recodos que delinean el extrañísimo perímetro del Zoológico Parque Bolívar.
El Hotel Centroamericano donde amanecí sin rostro y sin congojas.
Hay un hombre artrítico y ciego que tocó para nosotros (no importa quiénes somos nosotros) el bolero Linda cartaginesa y yo acababa de comparar un libro de Álvaro Mutis en La Universal. Después tomé un café en Manolo´s. El hombre se llama Martín y es como un bonsái hecho persona.
San José también contempla Lum Nam y los inoportunos efectos alérgicos de un falafel a las 4 de la mañana en un hotel indebidamente llamado Ritmo del caribe. El Mercado Central es como un ramillete de olores; sin embargo algunos se marchitaron.
A quién le importa que San José sea una mitología pobre. Yo lancé escupas a los peces en un parque y almorcé muchas veces en la Billy Boy. Asistí a manifestaciones políticas. Me emborraché copiosamente. Hice promesas. San José me llena de nostalgia porque es el mito descendido hasta el sótano de la angustia y la miseria. Es un Marlon Brando sin su último tango en París, por supuesto, con una salvedad: Marlon Brando es un mestizo, París no es una fiesta y en vez de tango resulta más apropiado y honesto hablar de un reguetón. Esta postalita turística es un fiasco. Mucho de esto ya no existe. No se fíen. Sería mejor visitar el Cementerio General, en la fosa h 35, cerca del mausoleo de los Castro, en la tumba con la lápida impregnada de hollín, ahí podré hablarles mejor de cómo es, cómo fue o cómo será San José y podré dar a hurtadillas un recorrido por sus calles. Si pueden limpien el hollín de mi lápida, les premiaré con mariposas moribundas.
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martes, abril 17, 2007

Cherac Misterio


Lanzamos una nueva incógnita al encontrarnos esta peculiar fotografía capturada el pasado sábado 14 de Abril. No sabemos de qué pudo haber sido víctima el zapato de este sujeto, lo cierto del caso es que dejó bien marcada su presencia.
Cualquier ayuda será muy agradecida.
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