Managua-salsa-city-devorame otra vez y mi abuelo Papi Memo
Como soy un tipo precavido con mi salud debo empezar aclarando que no suelo incursionar en cualquier clase de sitios que dispensen o expendan alimentos. Me encontraba caminando por un reparto de Managua cuyo nombre paradójicamente evoca la patria querida: Barrio Costa Rica (estos nicas nos admiran tanto que hasta le ponen nuestro nombre a sus repartos). A primera vista el sitio luce, si bien no elgante, al menos transitable. En una de sus calurosas y, por demás, magras calles estuve dilucidando cuál sería la mejor opción para almorzar: la grasa poli-saturada que siempre he odiado de Mc Donalds (y que pese a todo sigue imponiéndose como una opción a considerar cuando se trata de hallar alimento en un lugar que no es tu país) o la seductora y criolla invitación-slogan del "Restaurante familiar La Veranera" Al final mis divagaciones anti-imperialistas y mis rigurosos criterios de diétetica (esa es la dialéctica de los gordos) me hicieron decidir por la última opción ya que, bajo ninguna circunstacia, estaba interesado en introducir en mis arterias más razones para infarto. El sitio se veía limpio, ameno (vaya si lo era) y, además, una colosal y muy simpática mulata me sonreía mientras me ofrecía un menú. Todo parecía augurar un almuerzo agradable. Solicité de inmediato una cerveza Toña para aliviar la sofocante temperatura que me infringía el sol de Managua y me dispuse a escribir diversas notas en mi libretita. Los comensales que allí habían en efecto era de variada estirpe y de no menos variopinto aspecto: había burócratas calvos, burócratas con pelo, burócratas con enagua, burócratas (cosa sorprendente) con corbata, burócratas con pecas y otro tipo de burócratas indescifrables que tenían pelo y que eran a la vez medio calvos, medio con enaguas y medio pecosos. Ese era el panorama a simple vista. Luego mi mirada reparó en un sujeto de aspecto asaz caústico que andaba en mangas de camisa (más bien en camisa sin mangas) y que lucía un arete con brillante perla en su oreja. El tipo se ubicaba frente a una rocola electrónica e introducía varias monedas en ella como si estuviera pidiendo deseos a una fuente estéril. Cuando hubo acabado su fanea el más asqueroso y estridente reguetón panameño innundó el restaurante con sus insulseces de "mamita que tú estás bien buena, toma mi lechita, mami, ven con tu negro" o cosa parecida. Naturalmente mi reacción, aunque sútil, fue evidente: mi presencia despertó la atención de los presentes. En primer lugar era el único tipo que lucía un sombrero, el único que hablaba arrastrando sus erres, el único con ojos claros, el único que traía libros, el único que lucía foráneo, pero además, yo había hecho un gesto automático de molestia ante el súbito despliegue de vulgaridad, y el responsable de aquella fanfarria tropical ahora me miraba con brillo tenebroso. El tipo era colosal o no sé si lo era pero mi miedo lo hacía verse como un Rocky Marciano Balboa. Se aproximó hacia mí y me inquirió con su primitivo y torpe acento (siempre omiten feamente las eses finales):"qué te pasa mariquita? de dónde so´ vo´? no te cuadra mi música, culero? decime, maja trucha!!!!! Si bien yo siempre (y sin ninguna excepción) he sido devoto de las buenas mujeres, debo reconocer que en mi persona nunca se ha exaltado la virilidad ni la falocracia. En ese sentido, puede esperarse que mi respuesta haya rayado en la más lamentable retracción: "no, no, hermano, cómo creés, si yo soy colombiano (de haber señalado mi verdadera nacionalidad la paliza habría sido irremediable), a mi me encanta Dady Yanqui y me encanta el reguetón, anoche estuve buscando donde bailar incluso, no jodás, viejo, que somos de los mismos" Mi respuesta, aun apesar de su escasa verosimilitud, al menos funcionó para refrescar el irascible carácter de mi posible oponente. Los diversos burócratas volvieron a sus platos, la mulata de caderas colosales volvió a sonreirme y el nica rabioso regresó a su mesa. Así me vi un mediodía que espero no recordar en Managua-salsa-city-devorame-otra vez, deglutiendo mi almuerzo lo más rápido posible, apurando la cerveza de un golpe y recordando a mi abuelo quien una vez me dijo: "nunca se le arrugue a nadie, chavalo, aunque le ganen, porque no hay nada peor que un hombre cobarde..."
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