miércoles, noviembre 23, 2005

La muerte de El Púas



El pasillo aparecía con la misma intensidad de un grito. El mosaico viejo, las paredes verdes, el cielo raso manchado por el recuerdo no muy lejano de una gotera. Los líos de ropa color pastel se apuestan en los laterales como ojos callados que miran desde un cesto. Los otros pasillos que convergen hasta este inmenso pasillo se encuentran debidamente rotulados. Sus encabezados son de color azul. Las personas caminan a través suyo como si no fueran personas y, más bien, recuerdan ese modo sobrio de andar que tienen las ecuaciones. Al igual que ellas, todos quienes aquí tienen facultad para caminar lo hacen con indiscutible sabiduría. Todos tienen sienes presurosas, todos tienen pliegues en la frente (hasta los más jóvenes), todos miran desde arriba (levantando el mentón con sabiduría) como si usaran bifocales. Hay teléfonos públicos, ventanas, quejidos y diminutas manchitas de sangre que hacen las de lunares transitorios. A mano derecha, situándose con la cabeza viendo hacia el norte, hay un salón muy grande y muy frío. Allí me encuentro tendido en un camastro. Se dijera que el frío es una condición propia de la inmensidad, lo cual me hace pensar que el infierno, de ser tan caliente como dicen, no es un sitio tan grande. Desde el piso de arriba, según se observa, caen cientos de palabras, es más, miles de ellas. Palabras tristes, dulces, rosadas y cuadradas. Algunas caen envueltas en un halo de lágrimas y otras se visten con dientes muy blancos que evocan carcajadas. Algunas, antes de caer, remontan vuelo como moscas frenéticas y se pierden en el vacío. Algunas simplemente caen desfallecidas como personas que el tiempo olvida y que mueren porque nadie se atreve a morir con ellas. Algunas caen evocando las cuerdas del ring, los campanazos, el uniforme impecable del réferi, las chicas, el licor, las madrugadas, el protector de la dentadura que ahora es emulado por los tubos de un respirador artificial. Algunas tiemblan como si padecieran Parkinson y se estremecen con tan sólo recordar la visita de un guante. Caen cientos de ellas como cayendo sobre una lona. En el piso de arriba El Púas moría y, a más no haber rounds, se reconfortaba azotando su agonía con metáforas. Lo vencí.
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