De esas cosas raras
La escisión esquizofrénica de nuestras calles va más allá de los distraídos adoquines que nos hacen tropezar. Va más allá de los payasos que lloran y los panfletos olvidados. Suele ser una escisión frenética a la vez. Una escisión muy similar a la de ciertas instituciones gubernamentales. Sin embargo, es burocracia privatizada. La publicidad coloniza todos los espacios del mundo de la vida y hay sitios uñaqui donde por poco cobran un importe a la existencia. La escisión esquizofrénica de nuestras calles es la transpiración de esos coches piloteados por conductores aburridos. Es, a la vez, la soledad de las autopistas, la tristeza de esos viaductos grises e infinitos que tanto desagradan a los pájaros. Nuestras calles son lamentables. Especialmente son un fastidio cuando constituyen albergue para esas hordas de vendedores de zapatos que salen de tiendas y trastiendas para preguntarte qué querés. Estos vendedores de zapatos son auténticas divagaciones de un cretino. Son sujetos ramplones que, muy a menudo, saben identificar clientes con tan solo mirarle los zapatos. Por supuesto, de eso viven. Son capaces de reconocer el talle, marca, tipo y longevidad de unos zapatos con solo escucharte los pasos. Te miran, te abordan, te increpan, te acosan y sus miradas de reprobación son particularmente hirientes cuando tus zapatos son, digamos, unas horribles botas color naranja adquiridas en Pacayas. Se dijera que es preciso andar descalzo frente a una de estas tiendas. Lo más molesto de ellos es su carácter presuntuoso: su pretenciosa y singular forma de preguntarte que querés, qué deseás. Muchas veces me ha seducido la idea de enfrentarlos con un inventario de todas las cosas que quiero. No sé, quiero una mujer imposible. Quiero un ejemplar de “La primera aventura celeste del señor Antipirina”. Quiero que desaparezcan los semáforos estúpidos de Barrio Amón. Quiero que se muera Óscar Arias. Quiero que la lluvia no se parezca a una erosión del cielo (mucho menos a un escupitajo de Dios). Quiero archivar las intervenciones, partidarias o no, sobre el TLC. Quiero que la Caja atienda a los enfermos de alcoholismo: que les (nos) asignen semanalmente aunque sea whisky genérico. Quiero que Canal 7 deje de celebrar los austeros triunfos de Fernando Ferrocal contra los traficantes de drogaína. No sé si los vendedores de zapatos son capaces de darme todo lo que quiero. Ciertamente lo pondría en entredicho. Sus intervenciones estéticas rayan en la fanfarria: siempre creen que me gustan las adidas bajas o las puma café o las converse de franela. No sé si es que esos vendedores de zapatos al resto del mundo lo ven como al tristemente célebre personaje del chiste, “Cara de Zapato”. No lo sé, pero cuando paso frente a ellos me duele la escisión esquizofrénica de las calles. A veces me duele también el juanete.
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