lunes, diciembre 05, 2005

Importante observación para los regalos navideños

Salí de una tienda y los vi apretujados generosamente en una de las paredes de Las Ruinas. Él se sentaba en uno de los bordes empedrados que hacía las de un peldaño. Sus piernas delirantes se abrían desde un vértice metálico y, como enquistada en el horcón, ella de pie se enlazaba con su minifalda escueta y negra. Cuando la vio llegar agradeció su atuendo: una minifalda escueta y negra bajo la cual se agolpaban húmedas susceptibilidades. Se imaginó hurgando bajo aquella prenda cual si fuera una alfombra donde ocultaran ingenuamente la basura de las horas. Resueltamente alegres ambos se besaban y se constreñían. El crepúsculo embarraba los semáforos con su persistente frialdad. No hacían caso al musgo de los muros que insistía en tartamudear luz. Se abrazaban y tampoco hacían caso a las palomas, los perros, el viejo taxista o los vendedores de globos. A sus espaldas se erguía una bella cerca de olivo donde había un nido de comemaíz. Nunca lo vieron. Las piernas de él parecían aprisionarla como tenazas y sin embargo hubiera preferido estar de pie. Esta condición precaria hacía mella en su febril incertidumbre: cuánto habría preferido estar de pie y que ella se sentara con las piernas abiertas en el dichoso peldaño. Cuando los vi apretujados tan generosamente en una de las paredes de Las Ruinas pensé en la dicha. De seguro si él hubiera proyectado la escena, no habría agradecido su atuendo pues esta situación, es decir la minifalda escueta y negra, volvía prohibitivo cualquier maniobra audaz: las buenas costumbres suponían que ella no podía sentarse con las piernas abiertas. De inmediato regresé a la tienda y me dirigí a la encargada:
Necesito cambiar este artículo. Si. Así es. Ahora pienso llevar un pantalón en vez de la minifalda negra.
|