lunes, agosto 20, 2007

De pequeños delitos y otras tragedias

De las cosas que hacen los amantes, quizás, la más terrible es esa costumbre de reconocer pedazos del alma en ciertos pormenores físicos. Las personas, y aún más los amantes, suelen necesitar referencias materiales. Por eso existen las flores: son la materialización de un beso. Cuando dos personas cotejan sus cuerpos, cuando corrigen perímetros o estiman las dimensiones, digamos, de un peroné o un fémur, en realidad lo que hacen es escrutar huellas del alma. La vida, según se entiende, es aquello que nos pasa por encima cuando suspiramos. El alma pasa por el cuerpo dejando impresiones en los rincones más marginales y olvidados. No es cierto que los ojos son reflejos del alma. No es cierto que las sonrisas y los gestos son síntomas del alma. Las rodillas, los omoplatos, los ombligos, las axilas, los tobillos, las uñas y hasta los uñeros son, en efecto, lugares familiares para el alma. Ahí se demoran los flecos suyos. Por ahí se encienden sus fervores. Es en los omoplatos donde se cultivan los besos: por eso suelen ser un sitio predilecto para los abrazos. Las caricias nacen en el tobillo y trepan por las pantorrillas, por el vientre, el pecho, el cuello hasta que se derraman desde las clavículas para florecer en una mano (o en dos). Los te amos nacen en las uñas y, a veces, asumen la forma de manchitas blancas o residuos de calcio. En las axilas puede guardarse el más delicado secreto pues no hay un sitio del cuerpo que permanezca tan hermético como éste: por eso las promesas se disfrazan de sudores. Yo no quiero hablar de ojos, ni de cabellos ni de labios, yo quiero hablar de las rodillas, de los codos, del badajo, porque en éstos últimos crecen las mentiras dulces: el "aún no tengo sueño", los "no me importa si hay dinero", los "es el mejor espagueti de mi vida..." Yo no quiero hablar de piel, de cinturas ni de glúteos , yo quiero hablar de las ingles, de los empeines, del esternón, quiero hablar de los lumbares, del cóccix, de los molares... Quiero hablar de los talones y también de los juanetes y los callos. Me resulta más interesante imaginar una cicatriz de apendicitis que azotar un par de firmes senos con metáforas. Nadie se ha dado cuenta de que los sí (infinitamente más bellos que cualquier no) nacen en las yemas de los dedos: por eso es tan tierno (y mucho más efectivo) deslizar la punta de un dedo por los labios a modo de respuesta. En los remolinos de la cabellera germinan las sorpresas: de ahí nacen los papeles con unas iniciales inscritas, las golosinas abandonadas estratégicamente sobre la almohada, las flores en la mesa. Por esas y otras razones me parece que no hay cosa más terrible... Por esas y otras razones me parece inverosímil que hoy no estés, si después de todo hasta comparamos el grosor de nuestras pantorrillas.
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