El Comandante Haroslav Pazhinev
Conocí de cierto hombre. No tuvo hijos ni padres. Nació como por irreparable capricho de la suerte tremebunda. Conocí de cierto hombre sin color, sin sonido, sin olor, sin sabor y sin dolor. No sufría este hombre, pues tenía el universo todo metido dentro de sí. Tenía sus percepciones vueltas hacia dentro como un caracol de mar. Conocí de cierto hombre que peleaba en un frente de batalla hostil. Allí perdió su color, su sonido, su olor, su sabor y su dolor. Dicen que una ráfaga le voló también los sesos y sin embargo seguía en pie. No me consta aunque ahora, pensándolo bien, nunca le he visto sin sombrero. Lo llevaba puesto como se lleva una vergüenza o una soledad. El caso es que, presuntamente sin sesos, este hombre recordaba también. Aun pese al sombrero. Este hombre cruzaba el frente como una mosca que vuela a sueldo completo. Con ese mismo desdén hacia la muerte. Como si en efecto supiera que la vida y la muerte no son sucesivas si no simultáneas. Este hombre llegaba al campamento después de la batalla y trepaba a una colina. Como cualquier estúpido que sube a una colina lejana, este hombre miraba el cielo. Si bien no todos los estúpidos suben a las colinas, todos los que lo hacen miran hacia el cielo. Y, valga decir, todos quienes miran hacia el cielo de algún modo recuerdan. Aun aquellos que dicen no tener recuerdos se ven irresistiblemente seducidos por el cielo. Aún aquellos que dicen no tener sesos. Así la memoria bienhechora elige del cristal una gota suicida y la salva con la punta de su dedo. Así se trazan las primeras injurias nostálgicas. Conocí de cierto hombre que caminaba a tintas como una dura sombra. Donde este hombre nació ahora hay un costal lleno de hojas muy verdes. Un saco lleno de hojas muy verdes en realidad es un remolino vuelto hacia dentro: una sospecha de premura. Al servicio de la fe este hombre supo hacer milagros y recordó algo de esos raros pájaros que ponen huevos en el aire con sus alas. A un ciego de Creta le enseñó a recordar de nuevo los colores. A otro sujeto de la antigua Checoslovaquia le recordó cómo caminar. Una vez se topó con un entierro cerca de la Quebrada del Yuro y le devolvió la vida al muerto. Se internó en el desierto para esconder sus tentaciones y para olvidar. No lo logró. Allí conoció a los mineros de las salitreras del Perú y Chile. Ciertamente a este hombre se le podía imputar cualquier cosa menos ser distraído. Caminó sobre las aguas del lago Titicaca y su nombre no era Jesús. Se llamaba Comandante Haroslav Pazhinev y ahora está muerto. Murió de un extraño padecimiento: murió de recordar.
Epílogo
Los nuevos comandantes
Ya no hay más Comandantes Haroslav Pazhinev. La suerte caprichosa ha trasladado la brutalidad hasta otras tierras donde las personas ya no se llaman Haroslav Pazhinev. Ya no hay más Coroneles Piccot ni Generales Tanz ni Generales Göbels. Pregunto: ¿pero hay Generales, Coroneles y Comandantes aún? Si, por supuesto. Lo que pasa es que los periodistas no saben pronunciar sus nombres. Por eso no los conocemos. ¡Ah! y es que ahora se llaman terroristas.
Epílogo
Los nuevos comandantes
Ya no hay más Comandantes Haroslav Pazhinev. La suerte caprichosa ha trasladado la brutalidad hasta otras tierras donde las personas ya no se llaman Haroslav Pazhinev. Ya no hay más Coroneles Piccot ni Generales Tanz ni Generales Göbels. Pregunto: ¿pero hay Generales, Coroneles y Comandantes aún? Si, por supuesto. Lo que pasa es que los periodistas no saben pronunciar sus nombres. Por eso no los conocemos. ¡Ah! y es que ahora se llaman terroristas.
<< Home