martes, diciembre 13, 2005

Primer paso para la abolición de la propiedad


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Los paraguas mienten. Son islas ambulantes desarticuladas en las manos de cualquier transeúnte. Aún pese a los siglos de modernidad y fatiga, aún pese a la inconsistencia de las cañerías, no nos hemos habituado a la lluvia. Como si en efecto ésta fuera algo sorpresivo. En los países tropicales llueve la mayor parte del año y hasta en París hay aguaceros. A decir verdad esos aparentes accesos de estupor a que se ven expuestas las personas cuando la lluvia les “sorprende”, no son más que ridiculeces. Puras majaderías. Acaso se sorprenden cuando el almanaque muda de piel o cuando se culmina un ciclo astronómico. Acaso se sorprenden cuando el mantel se ensucia. Y aún así: las ciudades parecen no haber sido erigidas para lluvia. Las cañerías colapsan en cualquier parte del mundo con tan sólo un chaparrón. Antes bien, esta condición precaria nos empuja a pensar que ninguna persona se encuentra eximida de usar un paraguas. En vista de tal y tomando en cuenta la validez de las utopías, no sería del todo absurdo imaginar un mundo en el que los paraguas fueran bienes comunes. Cada persona debería tomar un paraguas de donde le plazca y, además, debería dejarlo en cualquier sitio, pues todos saben cuán aparatoso es cargar con un paraguas cuando no llueve. En las esquinas debería haber recipientes donde dejar los paraguas. En todos los establecimientos comerciales debería haberlos. Estamos total y absolutamente convencidos de que en el mundo existe más de un paraguas por persona. Además debemos recordar que en ciudades como Lima los requerimientos de tan indispensable pieza de peatones son menos que esporádicos. La vida parece estar solucionada cuando los paraguas no representan un problema. La tierra, el aire, el agua y, ante todo, los paraguas son bienes inalienables. Esa fue nuestra consigna: la abolición de la propiedad privada a partir de los paraguas. Llevamos la propuesta hasta el Comité pero dijeron que al movimiento obrero no le atañían los aguaceros, que dizque estaban atribulados con el juicio de un obrero encarcelado injustamente, que en Lima no llovía, que no teníamos al día el pago de las cuotas, que hubo un recorte de presupuesto, que quizás en el Congreso Extraordinario se discuta como mesa paralela, que los revolucionarios siempre se mojaban, que los pequeño burgueses… Y esa tarde llovió en Lima y tras los barrotes un preso pensaba en cuán hermoso era mojarse por la calles.
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